martes, 25 de marzo de 2014

Las pasiones de María Izquierdo

Por María Teresa Priego

Muy maquillada, con un maquillaje no up to date sino antiguo, ritual: labios de brasa; dientes caníbales, narices anchas para aspirar el humo delicioso de las plegarias y los sacrificios; mejillas violentamente ocres, cejas de cuervo y ojeras enormes rodeando unos ojos profundos. Al verla, pensaba: lo único que le falta es que, de pronto, le salgan unos colmillos o saque del brassière el cuchillo de obsidiana y le extraiga el corazón a Juan Soriano”. Octavio Paz.

El catálogo de  la exposición Archivo de María Izquierdo, editado  por el Museo de Arte Moderno, se nos entrega contenido en una cajita. La caja es una metáfora de la memoria. Como escribió Braunstein:“¿Tengo un archivo de memoria o soy un archivo de recuerdos y desmemorias? ¿No es en la memoria (o en la fantasía de ‘tenerla’) donde reside mi enigmática ‘identidad’?”. La identidad como  búsqueda, fuente de aguas mezcladas:  La memoria, el olvido. Lo colectivo, lo íntimo. ¿Quién eres, María Cenobia Izquierdo? Pintora/poeta dolida y ardiente. Recatada y sensual. Humillada y magnífica. 

Nació en 1902 en San Juan de los Lagos. Huérfana de padre a los cinco años.  Helm la cita nombrando su infancia como: “una especie de penitencia de misas vespertinas y solitarias horas en un jardín que raras veces florecía”. Su hija Amparo dijo: “Por pintar con sangre dejó su corazón exhausto, tuvo una niñez triste y retraída”. Una anécdota cuenta que  se extravió a los dos años con unos cirqueros, y que en la feria de San Juan de los Lagos, los caballos se desbocaron y su abuelo la protegió con su cuerpo.

            Los animales amenazantes se convirtieron –por obra de esa figura paterna- en un fetiche generoso y bueno. Dos de los significantes preferidos de María: El imaginario de la libertad de los caballos, y el de la libertad del circo. Sus entrañables escenas de circo.  Ese continuo apelar a la infancia a través de su pintura con un intimismo tan cercano a la poesía.

En “Retrato de Belem”, junto a sus zapatos de taconcito- el único dato coqueto de su atavío- hay una manzana en el piso. ¿Sabe Belem que la manzana está allí? ¿Se va a inclinar para recogerla? Esa manzana inscrita -en la tradición religiosa católica en la que fue educada- como fruta de conocimiento y  la sensualidad. “Recoger la manzana”, se habrá dicho María. Y morderla.  Aunque te muerda la vida.

 Los contemporáneos la admiraron, la cobijaron; en 1929 publican “Naturaleza muerta”, y el retrato del padre de sus hijos, Cándido Posadas. En 1930 María expuso en el Art Center de Nueva York. En 1936 Artaud visitó México y cayó en trance ante su obra: “En sus cuadros el México verdadero, el antiguo, no el ideológico de Rivera, sino el de los ríos subterráneos y los cráteres dormidos, aparece con una calidez de sangre y de lava. ¡Los rojos de María!”. María le representaba la fuerza de la emoción venciendo a la, para él, desgastada y ya sin respuestas máquina de la razón. Por Artaud, María expuso en París.

 Vivió una existencia de rupturas. Rompió con su lugar de origen, con la religión. Educó tres hijos sola. Rompió al defender desde sus artículos los derechos de las mujeres. Rompió cuando asumió su singularidad y alejó su obra de las tendencias de los “tres grandes”.  Después del penoso episodio en el que se le arrebató la oportunidad de pintar murales en 1945  (su propuesta fue rechazada por Rivera) enfrentó a los muralistas y los llamó: “La santísima trinidad”.

 La sensualidad de María: vasijas, caracolas, frutas, significantes muy suyos.  Como en el lenguaje popular que nombra al sexo femenino con reminiscencias frutales y marinas. Telas deliciosas: “Las bañistas”, “Los caballos”, “Mujer y caballo”. El juego de los velos: el cuerpo cubierto, a punto de descubrirse.  En “El baile del oso”, el personaje masculino rodea la cintura de su compañera y la jala hacia él. Cachondos. Íntimos. Hay un triángulo como suele suceder: la mujer-madre lleva a su hijo de la mano, pero está alejada del niño a toda la longitud de su brazo. Esa escena describe con  tremenda sencillez un tema complejísimo: lo femenino erótico y lo femenino materno. La mujer que se aleja de su maternidad, cuando se le pega a su hombre, mientras admiran- ni más ni menos- que a un oso que baila.

 María se enamoró de Tamayo. Dicen que vivieron juntos cerca de la Plaza Santo Domingo, que pintaban la una junto al otro. Dicen que se revolcaban juntos, quisiera extirpar la connotación vulgar que suele tener el término, lo que quiero decir, no es sólo sexual: se re-guioncito-volcaban de volcarse, el uno en el otro, en la pintura, en la vida. Tamayo era su compañero, su hombre. Dicen que su amor se le presentó un día, cabizbajo, a anunciarle que se casaba. Dicen que él le explicó que ella era el amor de su vida, pero la otra: “era buena para su carrera”.  ¿Él lo dijo o no? Pintó a María cubierta apenas con una manta, con los senos que se asoman,  el cuerpo replegado, los ojos en fuego. María  dijo a Poniatowska en una entrevista: “Le debo mucho a Tamayo, pero él también me debe bastantito”.

María pintó mujeres sufriendo a la manera animal en la que todos sufrimos alguna vez. “Prisioneras”: mujeres desnudas atadas a columnas. Abandono. La columna como metáfora de la virilidad en su obra. ¿Prisioneras de condicionamientos propios a una educación patriarcal? También. La obra como el estallido de las furias de lo personal que se colectiviza. ¿Qué re-crea en ella el abandono de Tamayo? ¿Acaso no la abandonó el padre con su muerte? ¿Qué hizo con ella la madre? ¿Por qué nadie la salvó de un matrimonio a los 14 años?. María representó de muchas maneras los condicionamientos inscritos en la diferencia sexual, y su carga opresiva.

“Sueño y presentimiento”, 1947. Todo es oscuro. Una Ella se asoma a la ventana, deteniendo por los cabellos a la otra Ella sin cuerpo. Como “Los heraldos negros”, de Vallejo.  Su cuerpo –como “bárbaro Atila”- la traicionó en 1948. Hemiplejia. Continuó pintando, sostenía su brazo derecho, con la mano izquierda. En 1955, murió María. “Una pintura es una ventana abierta a la imaginación humana”. Una  Ángela vuela, una cirquera recorre con su troupe las ciudades celestes. 



@Marteresapriego