martes, 15 de julio de 2014

La muerte de Yann Andréa, el compañero de Marguerite Duras

"Si mañana me muero o me mato, usted hará un pequeño libro en quince días, estoy seguro". Ella responde: “No diga eso, Yann, se lo suplico. No diga: un pequeño libro. Diga: un libro".
Yann Andréa





Yann Andréa, el último compañero de Marguerite Duras, quien vivió con ella desde 1980 hasta la muerte de Duras en 1996, murió este 10 de julio, su cuerpo  fue encontrado en su departamento de París. Tenía 63 años. Cuando comenzaron a vivir juntos él tenía 28 y ella 65. Ese hombre que en realidad se llamaba Yann Lemée, y a quien Duras le inventó un segundo nombre: “Andréa”, y hasta un apellido, en uno de los libros que escribió por y para él: “Yann Andréa Steiner”. Marguerite –de nacimiento- se apellidaba Donadieu, retiró su apellido paterno y eligió un sustituto también paterno: Duras, el nombre de una comuna francesa en la que vivió su padre. Con Yann hizo algo parecido: le agregó el nombre de la madre de él: Andréa. Es curioso como azar fonético: Lemée, el apellido original de Yann, y l’aimé, “el amado”, se pronuncian casi igual.

Después de la muerte de Duras, Yann Andréa se encerró en el estudio que la escritora previó para él en la rue Saint Benoît, frente al célebre Café de Flore, y casi enfrente del departamento en el que Duras vivió la mayor parte de su vida. Se encerró y en medio de un gran desorden vivió su depresión. “Me siento una basura”, decía. Dos años después quiso regresar a la vida, reintentar una vida, y llamó a su madre para que fuera a rescatarlo. Pesaba veinte kilos más. Sanó, al menos al punto de lograr escribir un libro: “Cet amour-là” (“Ese amor”, traducido por la editorial Tusquets). Antes, en 1983 Yann había publicado “M.D”. (También traducido por Tusquets) un libro de su relación con Duras, sólo que ese primer libro lo escribió junto a ella. Hay una película de Josée Dayan, a partir del segundo libro de Yann, con Jeanne Moreau en el papel de Duras.

El encuentro
Yann era estudiante de filosofía en Caen, tenía veinte años y descubrió el libro de Duras: “Les petits cheveaux de Tarquinia”.  Al parecer, descubrió bastante más que un libro: una escritura hipnótica, una manera de ser y de vivir que él, sin saberlo, andaba buscando.  Se dedicó a leerla, dejó de leer todo lo demás. En 1975 supo que Duras llegaba a Caen para participar en la presentación de su película India Song, en el cine Lux. Hay dos versiones del encuentro, como suele suceder; la de él y la de ella. En “Yann Andréa Steiner”, el libro que Duras le dedica a su amante en 1992, ella escribió que a la salida del cine  Yann la acompañó hasta su carro y conversaron un poco. Él, cuenta que a la hora de firmarle un libro, ella aceptó darle su dirección en París. Fueron los preludios de una relación amorosa atormentada y dependiente, generosa y cruel, que duró dieciséis años.

Yann comenzó a escribirle al día siguiente del encuentro,  en esa manera suya desesperada. Le escribía muy seguido. Duras no respondía. En 1980, por fin, cinco años más tarde,  Duras le envió uno de sus libros. Luego otro.  Le explicó  que había estado enferma. Mucha soledad, mucho alcohol. Ese año Duras comenzó a escribir una columna en el periódico de izquierda Libération y Yann sintió que esa escritura le estaba dedicada. La buscó por teléfono. Tenía ansia de conocerla y terror de conocerla. Duras lo invitó a su casa de campo en Normandía. Él se quedó “para siempre”.

Hacen el amor. La devoración comienza. No digo que ella lo devorara a él, creo que se devoraban mutuamente, aunque la fuerza, aparentemente, estuviera del lado de ella. Yann le hablaba de usted, nunca la tuteó. No podía. Duras se convirtió en esa versión femenina de Pigmalión,  inventando a ese hombre al que ama. Hizo de él su compañero, su personaje en su literatura y en su cine, su perseguido, su perseguidor. Yann era homosexual y salía por las noches solo, buscaba amigos. Duras sufría, se sentía rechazada, lo maltrataba. En algún lugar lo comprendía. Ambos, tenían esa manera de vivir como pendiendo de un hilito. Vivían el uno para la otra. Vivían para la escritura. En principio, Duras lo ocultaba. Nadie sabía de la existencia de Yann, de cómo la vida de Duras había dado un vuelco.



Yann narró una de sus primeras salidas públicas en Lisboa: “Hay una retrospectiva de las películas de Duras. Es mi primera salida oficial con ella. No sé dónde ponerme. Ella no me presenta a nadie… Durante la cena, alguien me pregunta qué hago. No sé qué responder y entonces digo: ‘nada’. Ella está sentada cerca del embajador, al otro lado de la mesa, y escucha la palabra: nada. Dice muy fuerte: ‘es fantástico lo que usted acaba de decir’. Ya no sé a quién mirar. Cómo comer. Ella sigue hablando con el embajador. Y luego agrega dirigiéndose a mí, la voz siempre muy fuerte sobre la mesa inmensa: ‘es magnífico, hay que tener coraje para decir estas cosas, usted no hace nada, es exactamente así.’” Y sin embargo, hacía muchísimo Yann: la amaba, tomaba dictado, leía sus manuscritos, la cuidaba, le resolvía cantidad de cuestiones prácticas.

“¿Me quieres a mí o a Duras?”, era la pregunta –obsesiva- de la escritora.  ¿Cómo saberlo? Respondía Yann de muchas maneras. ¿Cómo separar lo que no es separable? Y por momentos los ataques de Duras se desbarrancaban hacia consideraciones bastante más denigrantes: “¿Me quieres a mí o quieres mi dinero? No te voy a heredar nada”. Mucho después de la muerte de Duras, al momento de la salida de “Ese amor”, en una entrevista con Thierry Ardisson  (está en youtube) un Yann
 desesperado, monosilábico, tuvo que soportar el mismo tipo de insinuaciones por parte del entrevistador y de algunos participantes en la mesa.
Me pareció, al escucharlos, como si un ser de una gran delicadeza, de un gran desamparo… tuviera que enfrentarse (promoción editorial oblige) a una horda rudimentaria, que quizá ni siquiera leyó sus libros, que se quedó sin entender nada de una pasión extraordinaria, porque ellos (y no podían estar hablando sino de ellos mismos) fueron incapaces de ir más allá de sus prejuicios.

Nada que ver con la entrevista (mismo año, también en youtube) con Bernard Pivot, el entrevistador que adoraba a Duras, que recibió a Yann en su estudio, como lo que Yann era: un escritor de una gran poesía. Un hombre que acompañó a Duras con una lealtad a prueba de abismos y crueldades. Y sí, Yann escribía de una escritura durasiana. Muy durasiana. Yann escribía con esas mismas frases cortas, con esa abundancia de punto y aparte que llaman a una literatura que sabe de silencios, con esa misma honestidad descarnada de su compañera. ¿Y luego? ¿Yann se fusionó con Duras? Sí, en la escritura como en la vida. Pero Duras también con Yann. ¿Duras protegía a Yann? Sí, y Yann se entregó con todo, al casi imposible oficio de protegerla. Sobre todo, protegerla de ella misma.

¿Duras dudaba del amor de Yann porque él necesitaba amar sexualmente a otras personas? Es muy probable. ¿Porque la diferencia de edades era de casi cuatro décadas? Quizá también. Pero tal vez ella dudaba del amor de Yann, porque “dudar” era su manera de estar en el mundo. Ese vacío, ese sufrimiento que no se detenía ni con la escritura, ni con el amor. Duras bebió hasta el coma etílico. Escribía y bebía. Bebía y escribía. Corría a Yann de su casa, y él regresaba a tocar la puerta. Se reconciliaban. O él ya no soportaba más  y salía corriendo y era ella quien le rogaba regresar. Cada una/o vive a como puede. Cada una/o ama a como puede. En 1983 Yann Andréa publicó “M.D”. Habla del alcoholismo de Duras, de su desintoxicación. Fue Duras quien insistió para que lo publicara, para que el exorcismo privado fuera público. Después de esa cura Duras escribió su novela más leída: “El amante”. Yann Andréa, no sólo se convirtió en un personaje de Duras y en su interlocutor literario, también la acompañó en una escritura que comenzó a  ser escrita en primera persona.

En el 2000, Yann publicó “Ainsi” y en 2001 “Dieu commence chaque matin”. Se ocupó de la publicación de las obras de Duras, obligó a Jean Mascolo, el hijo de la escritora, a retirar el libro: “La cuisine de Marguerite”, que había editado. Mascolo se enfureció y escribió contra Yann. Al escritor le pareció que ese libro con las recetas de cocina de Duras, era “un muy mal libro”, y que él, su compañero y albacea, tenía que cuidar -hasta el último día de su vida- del nombre de su terrible y genial bien amada.
Y también guardó silencio Yann. Mucho. Ese silencio que Duras le reprochaba.


Una carta de Duras a Yann Andréa
23 de diciembre de 1980.
A seis meses del comienzo de su relación de pareja.
(Traduzco una parte)

“Yann. Se terminó entonces. Haré todo por olvidarte. Espero lograrlo. Te amé locamente. Creí que me amabas. Lo creí.  El sólo hecho positivo, espero, que me hará desatarme completamente de ti, es ese, el hecho de que construí sola la historia de amor.

Creo que tú también me amas, pero no de amor, creo que tú no puedes contener el amor, sale de tí, se escurre de tí como de un contenedor agujereado.  Quienes no han vivido contigo no pueden saberlo.  Algo de eso percibí durante la primera escena en Deauville. Me dije: ¿Con quién estoy? Pero lloraste y pasó. No he olvidado ese terror…todo sería posible, todo, si tu fueras capaz de amar.
Digo bien: capaz de amar como uno es capaz de caminar.

El hecho de que no hables nunca, lo que me sorprendió tanto, también viene de allí. De esa carencia del decir, de tener algo por decir. ..No eres malo. Yo soy bastante más mala que tú. Pero tengo en mí, al mismo tiempo, el amor, esa disposición particular, irremplazable del amor.  Tú no la tienes. Te ayudaré…no voy a fallarte…Pero quiero mantenerme al abrigo de esa aridez que sale de ti. Y que es carcelaria, intolerable, espantosa. No sé de dónde viene, no puedo describirla, salvo esto: es un hueco, una carencia, un vacío al lado del cual mi maldad, por ejemplo, es una pradera, una primavera.  Vivir contigo, al lado de ti, es imposible…

Me escribiste por años justamente porque yo escapaba a esa indecencia de existir. Te amo Yann. Es terrible. Pero prefiero amarte que no amarte. Quisiera que sepas lo que es. Qué verano, qué ilusión, ha sido maravilloso, no podía continuar… No sé qué hacer de la vida que me queda por vivir, unos pocos años. El crimen fue ese: hacerme creer que todavía podía ser amada…”.

Yann Andréa murió apenas hace unos días.  Una podría decir que murió solo. ¿Cómo saberlo? Habrá muerto como vivió con la escritora y sin ella: lleno de Duras, vaciado de Duras. Leyéndola. Escribiéndola.  Amándola desde su silencio largo y empecinado. Justo él, ese hombre al que ella acusaba de “no saber amar”. Ese hombre retraído, tímido, fragilísimo:

“Me tiene encerrado en el cuarto oscuro. No soporta que cualquier otra persona pueda verme. Quiere ser la preferida. La única. Entre todos. En todo el mundo. Y, del mismo modo, yo soy el preferido…Pocas veces, aunque si alguna vez, digo: ‘Duras, estoy harto, Duras, no puedo más, Duras, se acabó’. Ella deja que estalle la ira, que se pronuncien los insultos y luego se me acerca, me coge de la mano: ‘no, no diga eso, eso no es verdad, nunca se acaba con Duras, y usted lo sabe’”.

La entrevista de Duras con Bernard Pivot, después de la publicación de “El amante”.
(Subtítulos en castellano)

https://www.youtube.com/watch?v=IVqxmOHmKZo

Tráiler de la película “Ese amor”, de Josée Dayan.
El encuentro de Duras y Yann Andréa.
(Los subtítulos están en portugués)
https://www.youtube.com/watch?v=VJDUtOk6V6w

La entrevista de Yann Andréa con Bernard Pivot, después de la publicación de “Ese amor”.
http://www.ina.fr/video/I04254777/yann-andrea-a-propos-de-marguerite-duras-et-l-ecriture-video.html

@Marteresapriego

martes, 8 de julio de 2014

La escritora Elena Garro y su tumba sin nombre

“Ahora se cree que Rulfo es superior a Garro yo no estoy de acuerdo. Elena está en la primera fila de la literatura mexicana; ahora, deteniéndonos en pequeñas cosas me acuerdo de que en la novela de Elena los personajes salen a la lluvia, y como están tan enamorados no se mojan”, Emmanuel Carballo.
“Elena Garro fue un ser lleno de contradicciones y enigmas. Para ella nunca hubo medias tintas. ¿Se comió el personaje a la escritora? Elena es un icono, un mito, una mujer fuera de serie, con un talento enorme. A nadie deja indiferente. Impresionó a todos los que la conocieron, marcó con una huella indeleble a quienes la trataron... sin embargo, con su muerte, no ha crecido su leyenda...”: Elena Poniatowska.



Una tumba desolada. Sin lápida. Una tumba sin nombre en el cementerio Jardines de la Paz en Cuernavaca. (Sí, de la Paz). Una cruz que nos hace pensar en los celtas, la cruz sí es linda, y está rodeada de un arbusto que la abraza.  La hizo colocar Helena cuando murió su madre. Al lado hay un pinito largo y seco. ¿Estará muerto? Al pie un pequeño macetero en donde sembraron una bugambilia que se desmelena.  No hay dónde colocar las flores. Una tumba atrapada de olvidos y cubierta sólo con cemento.  Una tumba anónima es la última habitación terrena de una de las más grandes escritoras de habla hispana: Elena Garro, y de su hija la escritora y poeta Helena Paz. ¿Cómo es posible? La desmemoria. ¿Cómo es posible que una mujer que firmó con su nombre la belleza de montones de palabras (teatro, cuento, novela, artículos periodísticos) que marcaron un parte aguas en la literatura mexicana, esté relegada a este islote sin nombre?  Ella, “la precursora del Realismo Mágico”. Una tumba como un último naufragio.


Foto: Roxana Peirce Uhlig
Sección 8, fila 22, lote 37.  Hace mucho calor en Cuernavaca.  Lucía Melgar, Doctora en literatura, especialista en Género y en la obra de Garro, abraza los ramos de mimosas y aves del paraíso que trajo para Elena y Helena. Las quiere mucho a ambas. Ha trabajado sus obras por muchos años. Fue gracias a su intervención que cantidad de documentos de Elena fueron adquiridos por la Universidad de Princeton, para salvarlos del extravío y del deterioro que provocaban en ellos las amadísimas colonias de gatos de madre e hija. Lucía ordenó los documentos, copió con meticulosidad lo que tuvo que ser pasado en limpio, coordinó con Gabriela Mora el libro “Elena Garro. Lectura múltiple de una personalidad compleja”, que en lo personal, me gusta muchísimo, sobre todo los excelentes ensayos/testimonios de Lucía y de Patricia Vega.
Cuando vimos la tumba tuvimos la certeza de que teníamos la dirección equivocada. Tres lectoras enmudecieron. Roxana Pierce convocó a los trabajadores del cementerio:  “¿En dónde están las Elenas?” “Si buscan a una señora que murió hace como dos meses y era famosa, ésta es, vinieron a su entierro Televisa y Tele Azteca”, nos dice un señor; se refiere al sepelio de Helena. El siguiente trabajador confirma la visita de las televisoras y cuenta las tumbas: “¿Ven? Ésta es la número 37”.  Seguimos sin creerles. Vuelta a las oficinas: ese es número de lote, pero en la tumba no hay número de lote. El señor Omar Flores cuenta que al momento de enterrar a Helena, la lápida con el nombre de su madre estaba tan pegada al cemento que tuvieron que romperla. Después vi esa lápida en un video, era muy pequeñita y el resto de la tumba era puro cemento, como ahora. Por lo menos –entonces- estaba inscrito el nombre de Elena Garro. Roxana encuentra el número de lote en la tumba que sigue: es la 38. Estamos en el dolorosamente equivocado lugar correcto. 


Foto: Roxana Peirce Uhlig.
“Un familiar de las señoras dijo que regresaría para hacer colocar una lápida, pero ya nadie regresó”, dice el señor Omar. Ninguna de las tres pensó en traer libros de Elena y Helena. Eso. Colocar libros con sus nombres sobre el cemento. Lucía fue por agua y acomodó las mimosas y las aves del paraíso en el lugar que encontró: los floreros de la tumba de al lado, y murmura: “El lugar de Elena Garro es la rotonda de las personas ilustres, y no sólo no se considera esa posibilidad, sino que hasta el nombre está arrancado”. Hace años que Lucía Melgar intenta hacer avanzar esta propuesta: reconocer lo que Elena Garro significa en la literatura mexicana. 


Foto: Roxana Peirce Uhlig.
“Elena siempre sugiere el lujo y la maldición del infortunio junto a una infinita tristeza venida de otros mundos”, escribió Carlos Landeros. Las Elenas fascinaban y dolían.  Es cierto. Tan brillantes, tan luminosas  tan seductoras, y tan caóticas. Siempre al borde –ambas- de ese penúltimo ataque de nervios. Al borde de la desesperación, del abismo.  Tan reinas y tan “mendigas” en ese que fue su imaginario compartido de mujeres “perseguidas”, “humilladas”, “excluidas”. Esta tumba es insoportable por cantidad de motivos, y hay algo en ella de particularmente siniestro: es como si en su abandono, en su descuido,  le diera la razón a esas fabulaciones que mordieron sin parar las vidas de las dos Elenas:  Nadie las respetaba, nadie las quería, el mundo se confabulaba cada amanecer contra ellas.  Eran seres condenados a la desprotección y a la fuga. Roxana saca de la bolsa su pañuelito de encajes y recorre el cemento, como si quisiera sacarle brillo. Le ayudamos. Eso de los encajitos, seguro le gustó a las Elenas.
Tenemos que contradecir a Elena en sus imaginarios de olvidos y abandonos. Leerla más y más para reencontrarla en su escritura donde fue magnífica. En su amor (tan negado y renegado) por Paz y en su amor (tan reivindicado) por Bioy Casares. Elena con su famosa capa dragona,  y sus gustos exquisitos; fascinada por Ana Karenina y por San Petesburgo, y por la archiduquesa Anastasia, y tan comprometida, por tantos años con los campesinos explotados y su derecho a la tierra. Reencontrarla en sus declaraciones hilarantes, seriecísimas y mágicas:  “Yo no me quería casar (con Paz).  (Pensé…) por lo único que me casaría sería por tomar café con leche”. “Sigo creyendo que el cuerpo de la princesa Anastasia nunca se encontró porque no murió y se convirtió en Greta Garbo…”, le contó en una entrevista a Carlos Landeros. Y ella estaba escribiendo la saga histórica de esa fascinante “conversión”.
 Madre e hija fueron grandes fabuladoras, y para quienes las conocieron y/o las estudian, ha sido y es muy difícil deslindar entre la realidad y sus invenciones. Quizá para entenderlas podríamos recurrir a la diferencia (casi tajante) que marca Lacan entre la realidad y “lo real”. Lo real es lo innombrable interior, esas especies de “voces” que nos hablan y –si las dejamos- se imponen. Lo “real” es la secreta e imperiosa experiencia del cómo hemos dado acuse de recibo de la experiencia vivida. No, “lo real”, no es la realidad y por eso Elena Garro vivía como atrapada en sus destiempos y en sus mundos paralelos.  Por eso seguía hablando de Paz como si le hubiera sucedido antier. Por eso, investigadoras que la han amado tanto como Patricia Vega y Lucía Melgar, guardan aún en sus cajones  apuntes, entrevistas, documentos…ese libro para Elena, que algún día –ojalá para nosotras/os- van a escribir.  Cuando lo que duele duela tantito menos.
BREVE SEMBLANZA           
“Yo creo en todo, en dios y en el diablo, en los ángeles y los diablillos, en los santos creo mucho, creo en los dioses griegos también”, Elena Garro en entrevista con  Landeros. Elena y su ménage de diablillos y dioses griegos nacieron en Puebla el 11 de diciembre de 1916. Jugó de continuo con su edad, lo que confundió a algunos de sus biógrafos que señalan 1920 como fecha de su nacimiento. Creció en Iguala, Guerrero  (el Ixtepec al que hace hablar en “Los recuerdos del porvenir”), luego la familia se mudó a la ciudad de México en donde Elena ingresó a la preparatoria. Más tarde estudió Filosofía y Letras en la UNAM. Fue coreógrafa del Teatro Universitario. Se casó con Octavio Paz  en 1937, Helena nació en 1939, y el matrimonio se terminó legalmente en 1959. Vivieron juntos en México, Francia, Japón y Suiza. En 1972 Elena y Helena comenzaron su exilio de más de veinte años:  Estados Unidos, España, París. En 1993 regresaron definitivamente a México y vivieron en Cuernavaca.
Elena Garro murió el 22 de agosto de 1998 (cinco meses después de la muerte de Paz), cuando le dieron la noticia de la muerte del padre de su hija y de quien fuera su pasión de pasiones (así fue Paz para Elena, dijera ella lo que dijera…bastaba escuchar su manera de decirlo…) Elena respondió: “Se me adelantó. Él me va a recibir allá arriba. La muerte es para vivir siempre”. Helena Paz murió el 30 de marzo de este año, un día antes del Centenario del nacimiento de su tan adorado y aborrecido padre.  Irrupciones del “azar”, que una no puede dejar de mencionar, esta proximidad de las fechas. ¿O podríamos permitirnos llamarle a la manera de Jung: sincronicidad?


“Yo creo que todos vivimos nuestra vida; cuando a mi alguien me dice ‘quiero vivir mi vida’, pienso que está loco porque está viviendo su vida. ¿Qué otra vida va a vivir sino la suya?…La novela más autobiográfica que he escrito es ‘Los recuerdos del porvenir’, Mortiz me publicó ‘Los recuerdos…’ porque Octavio se lo exigió”, Elena en entrevista con Landeros. Y esta declaración contradice – de buena fuente- una de las más reiteradas fabulaciones de Helenita: su padre rogó a su madre que destruyera la novela porque era demasiado buena, y él no soportaba el talento literario de su esposa. Helenita y su primo –aseguraba H. - irrumpieron para rescatar la obra del fuego. Cada vez que he leído o escuchado esta anécdota (tan recurrente), me imagino -con mucha tristeza- que quizá, lo que Helenita quería decir, es que fue su obra, la de la hija de Paz y Garro, la que ardió en esa devoradora con/fusión de espejos. Todo lo que le quedó por escribir. La segunda parte de sus “Memorias”, por ejemplo. 
LOS AMORES DE ELENA
“Casi desde el principio de mi matrimonio con Octavio me di cuenta de que este no iba a funcionar porque los dos queríamos ser el sol…Octavio y yo comenzamos a practicar un juego muy peligroso, que nos falló y que hizo que al final nuestro matrimonio terminara hecho jirones. Durante varios años, el nuestro fue un matrimonio abierto, Octavio tuvo muchas amantes, yo algunos. Siempre preferí la inteligencia al sexo y cuando muy raramente se dio el binomio, fue algo maravilloso. De mis amantes sólo te mencionaré a dos:  a uno porque nunca lo quise y al otro porque jamás lo olvidé. El primero se llama Archibaldo Burns. En alguna ocasión se da el binomio y es  tan maravilloso que podría parecer un sueño. Eso me sucedió con Adolfo Bioy Casares…” entrevista con Landeros.
PARA ACERCARNOS A ELENA
 “Elena Garro. Lectura múltiple de una personalidad compleja”, coordinado por Lucía Melgar y Gabriela Mora. (Extraordinarios los textos de Lucía Melgar y Patricia Vega).
“Elena Garro”, correspondencia con Gabriela Mora. Reportajes de Patricia Vega publicados por La Jornada.  “Yo, Elena Garro”, de Carlos Landeros. “Testimonios de Elena Garro”, de Patricia Rosas Lopástegui y “El asesinato de Elena Garro”, también de Lopástegui. En lo personal, creo que “El asesinato…” es importante, por muchos de sus contenidos inéditos, aunque difiero completamente del lugar de víctima en el que Rosas coloca cada vez a Elena Garro, así como de los modos tan a rajatabla del feminismo de la autora. 
 ¿DÓNDE  ANDA CONACULTA?      
Una tumba anónima. “Elena, criaturita rubia, cigarra loca, hija y hermana de la tierra y del casino de París, bienvenida con nosotros, aunque nunca haya estado lejos su obra y su amor de los campesinos la han mantenido presente e inmediata, para ayer, para hoy y para siempre”. Emilio Carballido, a la llegada de Elena a México. Esa tumba sin nombre, la de la “cigarra loca”. ¿ Y CONACULTA?  “Los recuerdos del porvenir de Elena Garro considerada una de las mejores novelas del siglo XX, su aparición fue un parteaguas dentro de la narrativa mexicana y la literatura hispanoamericana porque es la primera novela de una escritora sobre la revolución mexicana con una mirada desmitificadora”, dice una voz en el video creado por CONACULTA, para celebrar los cincuenta años de “Los recuerdos del porvenir”. Y sin embargo…
“Las/los lectoras/es de Elena Garro tendríamos que exigir que fuera honrada como le corresponde: una ceremonia que lleve su cuerpo a la Rotonda de las Personas Ilustres.  Ahora, con la fuerza de las redes sociales,  ¿por qué sus lectoras/es no hacemos una campaña? Elena es leída y admirada, los jóvenes buscan su obra…no es posible la crueldad y la ingratitud de esta tumba”, Lucía Melgar, esa mañana en Cuernavaca.
La fascinante Elena, ¿quién como ella para encarnar la frase del poeta Walt Whitman: “Yo soy inmenso, contengo multitudes”.  Más que merecido y porque No vamos a olvidarla: Elena Garro a la Rotonda.

La provocación de Angélica Rivera

Periódicos de México, la revista Proceso, diarios como el New York Times y elWashington Post publicaron avances y/o análisis de las declaraciones de la esposa del presidente, pero sobre todo de las imágenes que ilustran la entrevista.  Las redes sociales  y la versión por internet de los diarios,  han permitido que se expresen cientos de opiniones/interpretaciones alrededor del tema.
Desde el punto de vista de los “modelos” de femineidad puestos en circulación –hasta ahora- desde los Pinos, la puesta en escena de Angélica Rivera y su hija no deja de ser interesante por provocadora y por disruptiva.  El titular del dossier es absurdo, y termina cayendo por su tipografía en la categoría del acto fallido (eso que nos da por llamar lapsus):“Poder” está escrito con letras muy grandes, y “redefiniendo” y “femenino”, con letras muy pequeñas; dato que termina haciendo justicia a la realidad: el de Angélica Rivera en este momento de su vida, es un “poder” por procuración, lo que no la hace menos “poderosa”,  pero ciertamente sí le dificulta ser un modelo de “redefinición” de “poderes” femeninos.
Es un hecho que la Presidencia vive y ha vivido en la vendimia de imágenes calculadas y trabajadas: Marta Sahagún, por ejemplo, era hasta feminista. ¿Por qué no, si bastaba con decirlo? No importa quién es esa mujer casada con el presidente: se le construye un discurso, una manera de vestirse, de posar, de abrazar a los niños desamparados y  mirar “arrobada” a las personas mayores. Relumbrón. Apariencia. Juego de simulacros, ¿cómo van a responder los encuestados? ¿Cuántos puntos se ganan y se pierden? Sabemos –hasta el sollozo- que el modelo de la “primera dama”, (una expresión penosa de por sí, pero que no es exclusiva ni de México, ni del castellano) es –hasta ahora- un producto. 

La “Primera Dama” y los imaginarios inducidos
Las esposas de los presidentes han estado en la obligación de cumplir con una imagen: son –sobre todo- esposas y madres entregadísimas y abnegadas. Altruistas. Generosas. Hogareñas.  Guadalupanas y respetuosas de Dios. Si tienen una profesión y han sido mujeres trabajadoras fuera del hogar, mejor (ya en estos tiempos), siempre y cuando durante su trance sexenal, eviten ejercerla. Pudorosas. Muy pudorosas. Como si de sus figuras pendiera toda una idea de “decencia y honor femenino”, que intenta definir a todititas las mujeres mexicanas, así de millones como somos.  Se supone que ellas instituidas –con calzador- en icónicas “primeras mujeres”, nos representan. En ese contexto, las imágenes han levantado olas (olas urbanas, por supuesto) que no se han dado porque la esposa del presidente pose para una revista de este tipo, lo que ha sido bastante recurrente, sino porque posa “sexy”.  Porque exhibe un evidente placer y orgullo en la relación con su cuerpo.  Porque transmite un mensaje de: “Mi cuerpo me gusta y es mío. Y háganle como puedan, si les da escalofríos”.
Una “primera dama” mostrando la espalda con un vestido muy escotado, mostrando los contornos de sus piernas en mallones, o las rodillas descubiertas. ¿Es un oprobio? ¿Nos ofende? ¿Es –en sí mismo- desneuronado que lo haga? ¿Nos desneurona a las demás? ¿Una mujer que se muestra en su belleza es de manera inevitable un “objeto sexual” encanallado? ¿Acaso los “peros” no están en otro lado? Me gustaron las poses sexys.  Por reivindicativas y por ruidosas. También porque a ambas –hija y madre promoviéndose- les quedan muy bien. Claro que me asaltaron incomodidades: Los trapos que les eligieron: ¿Son de ellas o cedidos por las casas de moda? ¿Si son de ellas quién los paga? Me imagino que los mismos –que mientras este país no se transforme- pagaron, pagan y pagarán los vestidos de diseñadoras/es de las “primeras damas”. No es tan misterioso: las generaciones de  contribuyentes que nos antecedieron y nosotras/os.
Imágenes así son –sin duda- una afrenta para millones de mexicanas/os reducidos a la precariedad y a la sobrevivencia económica. Los modistos según la lista que nos ofrece la revista Proceso: Dolce & Gabbana, Armani, Louis Vuitton, Mango, Tane, Alejandro Carlin, Julio, Burberry. Y esos diseños y texturas desfilan mientras en el interior de la revista Angélica Rivera aclara: “Aquí en la casa comemos sopa de fideos, tacos de pollo, croquetas de atún…” me pareció de risa loca (y furiosa), la aclaración tan evidentemente manipuladora e inútil.  Justo los alimentos que toda/o ama/o de casa conoce como de los más económicos, en los hogares, claro, en los que los tacos se pueden rellenar con pollo y no con frijoles, lo que ya hace una diferencia enorme. Y porque más abismal aún es la diferencia entre comer tacos de pollo porque a todos nos da el antojo, y cenar salmón con blinis, cuando nos da “el antojo”, que preguntarse  cuántas tortillas hay que comprar, para no quedarse tan con hambre.
Es en ese sentido que las imágenes me parecen exhibicionistas e impúdicas. No porque Angélica Rivera muestre la piel. El marketing ha sido –hasta ahora- inevitable en las clases políticas, y no sólo en México. Michelle Obama, Carla Bruni posaron también para Marie Claire, cada una desde ese “estilacho” tan determinado por lo que el “qué dirán” de sus respectivas culturas pudiera/puede “tolerar”.  No es lo mismo un escote en esa Francia de las sensualidades, que en los Estados Unidos bastante más “asépticos”.  ¿Angélica Rivera posa de esta concreta manera porque fue modelo y actriz? No necesariamente.  Podría haber ejercido su oficio, a como lo hizo, y llegar a los Pinos vestida con una versión fashion  de doña Sara García. Ya no se usa, es cierto, ahora hay que parecer ligeras, deportistas, dinámicas, “empoderadas” en el espacio y en el cuerpo; pero lo que quiero decir con ese ejemplo extremo de doña Sarita, es que desde los Pinos se vende lo que haya que vendernos –según ellos- y eso nunca ha sido distinto.  Lo que es distinto y me deja atónita, es ese nuevo lenguaje corporal.

The "first lady" estadounidense, Michelle Obama. Revista Marie Claire, 2013.

La "première dame" de Francia, Carla Bruni. Revista Marie Claire, 2008.
¿Por qué las sensualidades a dos años de los comienzos del sexenio? ¿Por qué ahora le está permitido y antes no? ¿Si una ya se codeó con la reina de España, -sin desmerecer, quizá les dicen las encuestas- puede mostrarse como le venga en gana? No tengo una respuesta. Me parece que si el estilo de una mujer ha sido y es sexy, no tiene por qué renunciar a ello por ser la esposa del presidente. ¿Nos conmovería mucho que fuera sexy, inteligente, comprometida y con un doctorado en Estudios de Género y otro en Desarrollo Sustentable? Pues es probable que sí. Aunque casi ninguna de nosotras está en posibilidades de cumplir con semejante lista de requisitos. ¿Es una “frívola”? esa impresión me da, le escuché hace unos días una vieja entrevista (cuando era actriz) de una banalidad espeluznante.  Pero no es “frívola” porque sea sexy. Separemos. Y en todo caso muy en su derecho, así  la eligió su marido, y su marido llegó a la Presidencia. ¿No nos gusta naditita que haya ganado su marido? Ese es otro punto.
Los pretextos de la misoginia
Algunos comentarios leídos en las redes sociales – a raíz de las fotografías- no dejan de llamarme la atención: “En sus talleres ya pueden los mecánicos renovar sus calendarios”, “Trae el poder entre las piernas”, “Es una prostituta”. “Farandulera”, “Es una zorra”. “Mujerzuela”, “Par de gatas”.  ¿Ustedes disculpen? Hay un tinte misógino en estas alusiones que es muy insultante y doloroso, diríjase a quien se dirija. Un tono que recrea maneras alienantes de considerar  y juzgar la femineidad.  ¿Zorra? ¿Qué es eso? ¿Acaso “gatas” no es un clásico de la discriminación clasista y racista? Hay mucho que analizar, y muchas maneras de manifestar nuestro rechazo o nuestro disgusto hacia la persona de Angélica Rivera en su papel de esposa del presidente (si ese es el caso), pero insultar a una mujer que trabajó como actriz y modelo porque posaba en bikini, me parece discriminatorio y fuera de lugar. Que nuestro disgusto no sea pretexto para descalificar el derecho de una mujer a trabajar en lo que quiera y pueda.
Algunas de las consignas fundamentales del feminismo desde los principios de la segunda ola han sido: “Mi cuerpo es mío”, “Tengo derecho a decidir sobre mi cuerpo”, “Saquen sus rosarios de mis ovarios”. Las frases se refieren a la necesidad de despenalizar el aborto, o como sucede en la ciudad de México,  al acceso a la interrupción -libre y gratuita- de un embarazo (en sus inicios), y por demanda de la mujer. Pero también tienen todo que ver con la reivindicación del derecho de una mujer a vivir su sexualidad y los modos de su sensualidad a como ella elija, sin alienación e intimidaciones sexistas, enunciadas por mujeres o por hombres. Transformar los mapas mentales. ¿Qué es una mujer? ¿Según quién? ¿Qué y quién desea ser cada mujer? Porque creo en los contenidos de esas consignas, y en la libertad que implican para todas (y a partir de esa libertad, que cada una elija lo que quiera: la virginidad para siempre…el matrimonio monógamo, la pareja monógama sin matrimonio, el poliamor, la soltería en sus distintas formas…su objeto de deseo y/o de amor en masculino, en femenino, ambos, etc.) No veo qué me daría derecho a  juzgar a una mujer que posa/posó en bikini. Que el cuerpo de una mujer sea suyo, y de nadie más, no es una convicción que pueda estar sujeta  ni a mis gustos, ni a mis preferencias, ni a mis específicas elecciones de vida. “Seamos dueñas de nuestros cuerpos a como yo digo que hay que serlo, porque si no te corto la yugular con palabras…”. Me parece una afirmación particularmente impositiva.
La “Primera Dama” y la “first lady”.      
La editora de modas  Robin Givhan, del  Washington Post escribió –con el tema de las fotos de Rivera- un análisis  bastante más extenso e interesante que las frases de su texto que han sido más citadas. Givhan no sólo habla de cómo Angélica Rivera luce “descaradamente sexy”, y su hija usa una falda “extremadamente breve”, lo que extraídas sus frases de contexto parecería todo un juicio sumario de tonos - sobre todo- puritanos. A Givhan, no le interesan los juicios sumarios, sino analizar un “fenómeno social” que tiene que ver con las imágenes de las “primeras damas” en Estados Unidos y en México, y lo que culturalmente se espera de ellas. Hace –además- un análisis de la necesidad de las mujeres (y los hombres, sin duda, aunque sea tan distinto, y hasta aparatosamente distinto, según la cultura), de reafirmarse –también- a través de sus cuerpos.
Givhan se extiende en el cuestionamiento a la dificultad (y el dolor) que puede significar –para millones de mujeres- el vivirse alienadas por los estereotipos de belleza (y yo agregaría poder económico) difundidas por las revistas de moda y cantidad de medios: “La primera dama usa mallas y su hija una falda extremadamente breve. En cada caso, la estética gira alrededor de las piernas…piernas largas, largas”. Pero el análisis que hace Givhan es el de una mujer inteligente y sensible a los condicionamientos de las femineidades (hacia un lado o hacia el otro), no el de una periodista horrorizada por una minifalda, unas rodillas desnudas, y un escote. 
Givhan hasta toma tonos irónicos al hablar de: “Desde el mirador de los Estados Unidos, donde alguna gente todavía hiperventila reprobadora unos brazos descubiertos en el Ala Este, el atuendo (de Rivera) es asombroso”.  Con los brazos descubiertos y el Ala Este, se refiere a una foto de portada de Michelle Obama en la que usa un vestido con los brazos descubiertos, que en su momento causó polémica: ¿Una “first lady”mostrando sus brazos? En 2013 Michelle posó para Marie Claire (sin mostrar más piel que la de su rostro) con el siguiente titular en portada: “La primera dama se abre: el sexo con el presidente”. ¿Qué tal? “Nuestra vida sexual nunca había sido más abierta, más dada a experimentar y más generosa’”. Claudia Bruni, posó para Marie Claire en 2008, sexy y “bohemia”, entalladita, bellísima y con su guitarra al lado.
Me permito traducir algunos párrafos de Givhan
El sexo puede vender de todo, desde carros hasta yogurt, pero la prueba más grande podría ser si puede vender la idea de una primera dama como una mujer como cualquier otra –una que no está obligada a responder a expectativas anticuadas y desmesuradas, en términos de las tradiciones culturales que debería representar, el mensaje que debería enviar desde su ‘bully pulpit’, o cuánto de su persona le está permitido ser… Esa pregunta es el subtexto –quehierve- en un nuevo perfil de la primera dama de México, Angélica Rivera de Peña… Rivera aparece en la portada de julio de la revista Marie Claire – para México y Latinoamérica- luciendo ‘unabashedly” (insolente, descaradamente…) sexy, junto a su hija Sofía Castro’. ‘Bully pulpi’” es una expresión que se refiere a un espacio desde el cual se tiene el poder de hablar y ser escuchado, con frecuencia se utiliza para declaraciones emitidas desde la Casa Blanca”.
Continúa Givhan: “El estilo de Rivera es llamativo, pero lo más provocativo son sus poses. Es el lenguaje corporal lo que es sexy…en la portada su postura es particularmente declarativa… y mientras que las tradiciones son diferentes en cada país, estas fotografías de Rivera son inusuales… El tema del poder es tramposo en una revista de modas. Esos brillos, después de todo, son alumbrados por una industria que juega rápido y  relajado con la autonomía femenina, creando regularmente  patrones e instalando indicadores en la cultura que guían el pensamiento del público en lo que significa ser una mujer moderna…el ideal femenino que pintan  las revistas de modas – en perfecto-cabellos secados con pistola- detalle, es un ideal imposible de emular. Pero por lo menos en un punto las revistas de modas ofrecen un argumento fuerte: hay un cierto grado de poder personal a ganar en descubrir cómo nos vemos…”.
Y muy interesante: “Para las mujeres en el ojo público, ese placer tan personal puede  llegar a ser  una tortura. Sus cuerpos se  convierten en una propiedad común…para una mujer Americana (la cursiva es mía) que pisa el papel de primera dama, su cuerpo debe ser negado. No puede ser expuesto demasiado. Demasiado fuerte. Demasiado sexual. La belleza es aceptada, hasta esperada. Pero…el atractivo sexual, la sexualidad, está fuera de los límites.  No se menciona. Si fue obvio o por lo menos visible antes de su nuevo papel”.
Lo disruptivo
Y vaya que son “inusuales” las poses sexys de Angélica Rivera, -sobre todo- para la esposa del presidente de un país mayoritariamente católico y conservador, en el que todavía discutimos si la anticoncepción condena o no a un alma, si la “píldora” del día siguiente es “abortiva”, si la educación sexual en las escuelas no “corrompe la inocencia”. Si las mujeres sienten deseos sexuales, si el orgasmo femenino importa, si el erotismo a solas es una perversión, si el cunnilingus todavía peor.  Un país en el que crece el número de embarazos adolescentes, aún en los casos de relaciones consensuadas y  en las que los jóvenes sí tienen información y acceso a los anticonceptivas. En términos de la carga emocional negativa que implica la sexualidad en femenino,  protegerse significa aceptarse deseante y deseada. Protegerse es  asumir la responsabilidad y el derecho al placer, como un modo -en sí mismo- de amar y/o de gozar.  México es –aún- un país en el que el cuerpo femenino es culpabilizado y se vive – con demasiada frecuencia- como culpable.
En ese sentido, y sólo en ese, el lenguaje corporal de la esposa del presidente me parece disruptivo, y muy interesante.  Ese es mi contexto bien concreto de análisis: En una cultura en la que expresiones denigratorias como “zorra” y “mujerzuela” siguen existiendo tan “graciosamente”,  sin  -por supuesto- adjetivos masculinos equivalentes, me parece importante que Angélica Rivera –desde su “pulpit”- se muestre sexy. ¿Tenemos que parecernos a ella y correr hacia las dietas? Por supuesto que no. A cada una su singularísima y libre manera de vivir en/ con su cuerpo.