martes, 26 de agosto de 2014

La ‘ladrona’ de un chile en nogada

Por María Teresa Pliego

“Recuerdo que una tarde, como oyera un leve ruido en el cuarto vecino al mío, pregunté en voz alta: “¿Quién anda por ahí?” Y la voz de una criada recién llegada de su pueblo contestó: “No es nadie, señor, soy yo”.No sólo nos disimulamos a nosotros mismos y nos hacemos transparentes y fantasmales; también disimulamos la existencia de nuestros semejantes. No quiero decir que los ignoremos o los hagamos menos, actos deliberados y soberbios. Los disimulamos de manera más definitiva y radical: Los ninguneamos. El ninguneo es una operación que consiste en hacer de Alguien, ninguno. La nada de pronto se individualiza, se hace cuerpo y ojos, se hace Ninguno…”: Octavio Paz en El laberinto de la soledad.
“¿Puede hablar el sujeto subalterno?”. Gayatri Spivak.
Pareciera la escena de una obra de teatro de denuncia. Podría haberla escrito Rosario Castellanos en Balún Canán, cuando describía los tonos y actos despóticos de los terratenientes chiapanecos contra sus trabajadores, en los años cincuenta. Como si el tiempo se hubiera detenido, en lo que nunca debió existir. Una cocina. Una voz de mujer increpa a otra mujer. La primera voz corresponde a ese personaje que suele llamarse “la señora de la casa”. La segunda voz corresponde a ese personaje que suele llamarse “la trabajadora del hogar”. No sólo se le llama así, no sólo: “La sirvienta, la criada, la mucama, la fámula, la chacha, la gata”. Y esa palabra  -en principio- tan bonita: “Gata”, se convierte en un insulto, cada una de esas palabras lo es.  En el vocabulario misógino “la gata” se deslizó hasta convertirse en un significante que designa a una mujer “vulgar”, “fácil”,  “que no merece ser respetada”.
¡Oh, no! La pobreza no es sinónimo de vulgaridad. No son “vulgares” ni el hambre, ni el miedo, ni el desamparo, ni la urgencia de tener un trabajo, ni las largas horas de transporte público. No son “vulgares”, ni la falta de oportunidades, ni la imposibilidad de acceder a la educación formal, ni las sandalias de plástico y los vestidos modestos.  La humildad, no tiene nada de vulgar. La señora contó sus chiles, y se declaró “abusada”, planeó su ofensiva… se habrá sentido Margaret Thatcher, en pleno conflicto de las islas Malvinas, apoyada –además- por su valeroso e intrépido lugarteniente del hogar, suponemos que su esposo.  Ese deseo de humillar, ese enfermo insaciable, ras de tierra deseo de humillar. Esa tan canalla necesidad. Par de cobardes.
“¿Entonces es un robo, o no?”. “¿Cómo te pudiste haber comido dos chiles en nogada?”. “¿No te dio mucha pena agarrar un traste de mi casa y llevarte un chile en nogada para alguien de tu familia?”. “Se te da de sobra, no se te mide la comida”, exclama, tiembla y se estremece la perseguidora, ante -su propia- inefable bondad. “Claro que tengo la razón”,  ataca el  aguerrido lugarteniente con su tono de salvador de almas perdidas. ¿Qué habrán fantaseado juntos –ella y él- cuando planeaban “el desembarco de tropas” en la cocina? La señora y el señor A, acosan a una mujer que trabaja para ellos, y a la que por la dignidad de sus respuestas, por la suavidad de su voz, por su infinita paciencia, voy a llamar aquí “la Mujer Educada”.
Fue la señora de A (que las diosas le conserven sus delirantes fantasías de impunidad pre-redes sociales) quien subió el video a su cuenta de Facebook y a la de youtube, con el mensaje: “Entre más conozco a la gente, más quiero a mi perro”.  Todo eso, y ni más ni menos. No, no era  una autocrítica, ella es “la justiciera”. La defensora de los “verdaderos valores” de las “familias de bien”.
¿Cuánto tiempo invirtió el dúo dinámico en planear la emboscada: atraparla en la cocina a su hora de salida? “Sí, casi cuando se vaya”. “Ordénale que abra su bolsa”. “Tú la interrogas, yo la grabo”. “Si no acepta que es una ladrona, yo intervengo”.  Si ella lo hizo público fue para probar que en su casa si queda clarito “quien manda”. Ella sí que sabe llevar “con mano dura”, su inmenso reino. Se coronó en su cocina la señora de A. Fanfarrias. Y luego a una le da por espeluznarse ante los “patriarcas”, tomando la palabra en su sentido de hombres que ejercen de manera abusiva el poder. No olvidemos, por favor a las matriarcas. El abuso es el mismo.
La “venganza” y su chivo expiatorio
Habrán corrido al sofá de su sala: Miran el video, quedan extasiados. La operación para desenmascarar a la delincuente ha sido un éxito. Toda la amargura de sus vidas está a punto de ser resarcida en la inminente exhibición de la grandeza de ambos. No, no los conozco. ¿Por qué hablo entonces de amargura? Porque me parece imposible que dos seres que saben agradecer la llegada del sol cuando amanece, sean capaces de un revanchismo semejante.  Imposible que dos seres capaces de la mínima empatía, se desbarranquen así, hasta la ignominia. Los “afectados”, ejecutaron su venganza, pero la venganza  que les era tan emocionalmente indispensable no puede ser –realmente- contra la Mujer Educada, no, ella está allí en calidad de chivo expiatorio. ¿Por qué contra ella? Porque es la persona más frágil. Porque no tiene un contrato de trabajo, porque no tiene derecho a prestaciones, porque la ley no la protege, porque pertenece a una clase social vulnerable, porque toda ella es vulnerable. Y así se lo decimos, y así lo escucha todos los días de su vida.
Porque su trabajo no es considerado un trabajo, porque no hay nada que reconocerle ni que agradecerle.  Porque no existe para ellos. Porque es menos humana en esa su entrañable humanidad de mujer humilde. Es probable también que el despotismo “magnánimo” de la señora y el señor A vengan de alguna extravagante convicción centrada en las diferencias inscritas en el fenotipo.  Como escribió Hortensia Moreno: “el colorímetro mexicano”. ¿Por qué contra ella? Porque con ella se lo pueden permitir. Así de simple y sin mayor trámite moral.  Porque la injusticia social empecinada, el clasismo, el racismo, los legitiman. Porque los valores se trastocan, y la humildad (el tono de voz apacible de la Mujer Educada que responde, sus explicaciones) se convierten en un acicate para seguirla acosando. Querían verla vencida, derrotada, humillada. No lo lograron. La diferencia de calidades morales entre ellos y ella es avasallante.
Me imagino que al momento de subir el video la señora de A, comenzó a esperar ansiosa las felicitaciones y el ¡Bravo! Generalizado de su entorno. Clap, clap, clap. Muchos “Me gusta”. Qué prensa la que esperaba la vengadora anónima a punto de hacerse pública, qué bárbara. No había nada en esa escena que hiciera pensar al señor y a la señora de A que tenían que avergonzarse. Al contrario, mostraban su  savoir faire, lo “hábiles” que son para dar lecciones y funcionar en equipo. Ellos “no se dejan”. El honor de  una pequeño burguesía pretenciosa y puritana, moralina e inmoral,  ha sido salvado. Me hubiera encantado embarrarles en los rostros los chiles en nogada. ¿Quién se creen los “ninguneadores”? Los que convierten a la otra en “ninguna”, parafraseando a Paz. Pero los déspotas se embarraron solititos. Clap, clap, clap.
Las redes sociales
Las redes sociales y el profundo deseo de convertirnos –poco a poco- en una sociedad distinta. “Una persona le reprocha haber publicado el video y señala que es ‘mezquino negarle una posibilidad de trabajo a esta mujer, acorralándola, grabándola, con todo el potencial a tu favor, y subiéndola al Facebook’”.La mujer, que se define como activista por los derechos de los animales, respondió que está ‘cansada’ de que todos ‘le muerdan la mano’, y acusó que aunque a su empleada se les respetaban sus horas laborales y se les pagaban puntualmente; ‘trató de abusar’”, nota de la Redacción, en La Silla Rota. “Se les respetaban sus horas laborales” y hasta “le pagaban puntualmente”. Es enorme.
Y es una escena que transparenta sin piedad la realidad –en muchísimos casos- de esas mujeres que se sienten “patronas”, y su relación con las trabajadoras del hogar. Ellas les hacen el favor a una “descastada”, a una “peladita”, y “la peladita”, “muerde la mano que la alimenta”. La Mujer Educada limpia, lava, plancha, cocina, hace mandados. Se inclina y recoge, se inclina, se inclina.  Dice “por favor”, “discúlpeme”, da las gracias.  Y se gana en una jornada agotadora su salario miserable y sus alimentos. “No te contamos la comida…” dice la cuenta chiles en el video. ¿Cuánto le paga? ¿Cuánto? ¿Cómo se atreve?
Creo que es muy importante que todas/os escuchemos y miremos meticulosamente este video. Me dio dolor, indignación, rabia….luego me dio miedo. Un miedo intenso por esos señor y señora a que todas/os corremos el riesgo de llevar dentro.
 Qué bueno que los “justicieros” hicieron la grabación. Qué bueno que esas palabras intercambiadas  entre los “poderosos” y su víctima hayan recorrido las calles.
Espero que CONAPRED reciba pronto una denuncia contra los acosadores, y que ellos a su vez, reciban la sanción moral que corresponde.
Abrir su bolsa, “los señores” tienen derecho a pedírselo. “Un sector marginado y maltratado y el menosprecio con el cual se habla de ellas: ‘las sirvientas’, las ‘gatas’ o las ‘chachas’ es la expresión semántica de un clasismo y un racismo arraigados que florecen en el núcleo familiar”, del texto de Sergio Aguayo en “Dos mundos bajo el mismo techo. Trabajo del hogar y no discriminación”, colección Matices, Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación. (Enlace debajo de este texto).
EL SEÑOR Y LA SEÑORA DE A QUE TODAS/OS CORREMOS EL RIESGO DE LLEVAR DENTRO.
Espero que nos detengamos ante esta escena, no sólo para rechazarla con todo, sino para cuestionarnos. Esa manera que tienen hombres y mujeres de decir: “La chacha”, ese tono de voz que pone en juego todos los elementos inherentes a la discriminación: el intento de sentirse superior descalificando al otro, la certeza de que basta con asignarle a alguien el lado oscuro de la acera, para convertirse en segundos en seres luminosos. Esa prepotencia de los “amos” que viven convencidos de que pueden permitírselo casi todo. Ante los que están en situación de vulnerabilidad, claro. Suele ser el mismo quien humilla a quienes se encuentran en situación de fragilidad, que quien corre a hacerle caravanas a quienes a su vez, le parecen poderosos. Con los perritos ellos son buenos. No hay rivalidad en su trato con ellos. Me imagino, no hay manera de saberlo a ciencia cierta.
"Comes de lo que nosotros comemos", le dice a un ser humano la defensora de los perritos.
Esa injusticia social que permite un mundo de amos…y que convierte la humildad en un defecto. Ellos se sienten “buenos”, tan justos, tan considerados y tan buenos. La manera brutal en la que se naturaliza la injusticia social. Eso.
La Mujer educada se disculpa. Ella. Se disculpa por el trastecito de plástico, y porque no se comió los chiles y los guardó en su bolsa para su hijo.
“Nadie puede comerse dos chiles en nogada”.
“Estás mintiendo”.
“Es un robo, acéptalo”.
No basta con rechazar con todo el corazón al señor y a la señora de A.
Tenemos que cambiar de una en uno. Tenemos que cambiar.
Comencemos por dudar cada una/o de sí mismo: ¿Estoy segura de que no llevo dentro a una matrona como la señora de A?
Agazapada, silenciosa, artera.
¿Estoy segura de que no discrimino?
¿No uso esos tonos, esa prepotencia?
¿Estoy segura de que no vuelco mis imposibilidades en los otros a través del desprecio?
A la señora de A...
Gracias por la lección, de toda lo que una/o no quisiera ser nunca en la vida.
De todo lo que nos queda por cambiar.
En este enlace se puede descargar  la obra colectiva: “Dos mundos bajo el mismo techo. Trabajo del hogar y no discriminación”.
Colección Matices. CONAPRED.

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