lunes, 7 de octubre de 2013

Morir en una silla de hospital / Hermenegildo Castro



Los cronistas no tendrían que ir muy lejos. Basta con visitar la zona de urgencias de un hospital público. Digamos el Hospital General de Nezahualcóyotl, para los no asegurados, o el Hospital General número 6 del Instituto Mexicano del Seguro Social, para aquellos que son derechohabientes.

Encontrarían que los hospitales públicos casi siempre están llenos. No hay camas disponibles. Un enfermo debe conformarse con una camilla o buscar lugar en otro hospital, donde tiene la misma opción. Cuando se agotan las camillas, se les ofrece una incómoda silla de espera. Cuando se acaban las sillas, sólo se admiten embarazadas que puedan mantenerse de pie, capaces de caminar por los pasillos mientras llega el momento.

Si hablaran con los enfermos o con sus familiares -generalmente sin recursos económicos u obreros sindicalizados- encontrarían una extraña conformidad son los hechos. Ya no exigen un derecho, una atención por la que han pagado toda su vida laboral. Parece que acudieran a la caridad pública: que sea lo que Dios quiera.

La saturación es de tal magnitud que la gente opta por agregarla a su sufrimiento como una maldición que viene con la enfermedad. Los médicos, sometidos a una presión constante, sin recursos, terminan por convertirse en déspotas de bata blanca. Agregue usted la persistente escasez de medicinas.

En su informe de 2011, el IMSS indica que recibe “diariamente en promedio 50,000 solicitudes de atención de urgencias, de las cuales, más de la mitad corresponden a casos de baja gravedad. También se identificó que 93 hospitales de segundo nivel y 169 unidades de medicina familiar cuentan con servicios de urgencias saturados y tiempos de espera no satisfactorios”.

Lo que el IMSS quiere decir con su informe es que más de la mitad de la gente que acude a sus instalaciones se queja por nada, por el puro gusto de ir al hospital a perder el tiempo.

Si nuestro curioso cronista deja la sala de urgencias y visita, por ejemplo, cualquier sección de hemodiálisis, encontrará la misma saturación. Los pacientes esperan horas y horas antes de ser atendidos, casi siempre en una de esas incómodas silla de hospital que seguramente usted conoce.

Solamente el IMSS tiene más de 11 mil pacientes que requieren hemodiálisis, los cuales, según un estudio de la misma institución, en un 75 por ciento, presentan “síntomas propiamente depresivos, como desesperación, cansancio, fatiga, ansiedad y extrema sensibilidad, alteraciones que van de leves a severas hasta intentos suicidas en algunos pacientes”.

Otro estudio, coordinado por los doctores Laura Leticia Tirado-Gómez y Juan Luis Durán-Arenas, indica que “actualmente, México no cuenta con un registro nacional de enfermos renales crónicos, pero si aplicamos el porcentaje promedio de habitantes enfermos en otros países (que equivale al 0.1% de la población), podemos estimar que hay más de 102 000 enfermos renales crónicos en el país, de los cuales, sólo 37 000 cuentan con algún tratamiento sustitutivo de manera continua. El 80% de estos enfermos son atendidos por el IMSS o el ISSSTE, sin embargo, este porcentaje tiene un crecimiento anual de 11%, lo que representa una demanda de servicios de hemodiálisis claramente elevada”

La sala de urgencias y las unidades de hemodiálisis son solamente dos ejemplos del colapso en el sistema de salud pública. Si los cronistas fueran a las hospitales mucho más que a las conferencias de prensa, si los editores prefirieran los hechos a las declaraciones, el país podría cambiar un poco. Hay quienes mueren en una silla de hospital y nadie repara en ellos.

Twitter: castroherme

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